En el teatro degustó el placer de estrenar en España ‘El fantasma de Canterville, ‘Un marido ideal’ y ‘El abanico de Lady Windermere’, de Oscar Wilde. Y también el honor de hacer lo propio con ‘Cándida’, de Bernard Shaw. En el cine, aunque su paso fue breve pero tan afilado como su rostro, estuvo a las órdenes del genial Orson Welles. Todo esto y mucho más hizo una murciana que la historia condenó al olvido y cuyo recuerdo solo honran dos calles con su nombre en la región.
Irene López Heredia nació en Mazarrón en 1889. Su padre, Juan López Muñoz, era natural de Murcia y fue el aparejador encargado de las obras del antiguo ayuntamiento de Mazarrón, edificado en 1890. Su madre era cartagenera, aunque la familia mantuvo posesiones en la capital. Entre ellas destacaba el histórico Huerto de Cadenas, de los López Ferrer y donde aún existe un espectacular vergel mozárabe.
La primera obra que le dio cierta popularidad a Irene fue ‘La Malquerida’, de Jacinto Benavente. Interpretaba el papel de dama joven en la compañía de la mítica María Guerrero, su madrina sobre las tablas. Durante años, Irene conservaría la foto dedicada de la Guerrero. En ella se leía: “A la mejor frase pronunciada”.
Ernesto Vilches, quien había formado su propia compañía en 1909, puso sus ojos en la joven actriz, y se propuso convertirla en la estrella que necesitaba. De paso, también se casaría con ella. Durante más de una década actuaron juntos en España y América del Sur, donde la murciana terminó de aquilatar su leyenda sobre las tablas.
Una Celestina histórica
Roto el matrimonio con Vilches, Irene fundó en la década de 1930 su propia compañía junto al actor Mariano Asquerino. Asquerino era padre de la gran actriz María Asquerino, quien, precisamente, debutó en aquella compañía en San Sebastián cuando apenas tenía 11 años.
Irene propuso un nuevo repertorio que incluía obras de autores de la talla de Benavente, los hermanos Machado, Valle Inclán, Cocteau, Bernard Shaw, Ibsen, Pirandello o Esquilo. En 1929, la actriz y empresaria contrató al dramaturgo y director de escena Cipriano Rivas Cherif y ese mismo año, en mayo, debutaron en Buenos Aires.
Junto a Mariano los éxitos se sucedieron. Irene fue la encargada de estrenar una obra de los Machado, ‘La prima Fernanda’, que logró mantener el cartel durante 32 representaciones. Y el mismo triunfo obtuvo en el madrileño Teatro Muñoz Seca con la obra ‘Farsa y licencia de la reina castiza’, de Valle-Inclán.
Su representación de ‘La Celestina’, en la compañía Lope de Vega, le brindó el aplauso del público español y hasta se representó en París. Aún en la actualidad se recuerda aquella interpretación como una de las más espléndidas de la historia del teatro.
El debut en el cine mudo se produjo en 1917 con la producción El Golfo. También rodaría ‘Doce hombres y una mujer’, en 1934, y fue dirigida en 1955 por el mismísimo Orson Welles en el film ‘Mr. Arkadín’ junto a Amparo Rivelles. Ambas desaparecieron en la adaptación internacional de la película. Tres años después, bajo las órdenes de Franco Rossi, rodó Buenos días amor y cerró su paso por el cine con el largometraje ‘De espaldas a la puerta’, de José María Forqué.
El abuelo huertano
En su camerino, como amuleto indispensable, atesoraba una estampa de la célebre Dolorosa de Francisco Salzillo, regalo de la narradora y dramaturga Pilar Millán Astray. Y en sus escasas visitas a su Murcia natal demostraba el conocimiento de esta tierra y, sobre todo, de sus fiestas y tradiciones. No en vano, su abuelo, Joaquín López, fue uno de los fundadores del Bando de la Huerta y el encargado de redactar la célebre soflama que la ciudad dedicó a la reina Isabel II durante su viaje a la región en 1862.
Irene nunca olvidó las raíces huertanas del abuelo. De hecho, durante una entrevista concedida al diario ‘La Verdad’ en 1946 mostró su interés en recuperar el histórico Bando. El diario se lo regaló tras su actuación en el Teatro Romea. En aquella ocasión, Irene recordaba que durante sus giras por América solo pensaba en “una realidad: el teatro. Y en una ilusión: España”. “¿Y no a Murcia?”, preguntó entonces el periodista. A lo que la actriz respondió: “Murcia no es para mí una ilusión; es otra realidad con que Dios de obsequió al nacer”.
En aquel año, y después de varias temporadas sin visitar el Teatro Romea, Irene puso en escena la conocida obra de Oscar Wilde ‘Una mujer sin importancia’ y ofreció a sus paisanos un monólogo del que era autora titulado ‘Así son todas’. Otro homenaje recibió la actriz en 1952, en esta ocasión por parte de Radio Juventud y los integrantes del Teatro Español Universitario.
Tres años más tarde, en Buenos Aires, fue condecorada con la Medalla del Círculo de Bellas Artes de Madrid como premio a la mejor labor interpretativa realizada durante 1954. En octubre de 1959, la actriz afrontaría un nuevo drama. Pero no sería en la ficción ni sobre sus amadas tablas. Una intervención quirúrgica, indispensable para atajar la grave enfermedad que padecía, la amenazaba con dejarla muda.
Hasta el final
Por aquellos últimos años trabajaba con José Tamayo, empresario y director teatral, que le ofreció varios montajes de inolvidables obras como ‘Don Juan Tenorio’, ‘Los intereses creados’ o ‘La Orestiada’.
En declaraciones a un diario madrileño, Irene reconocía que, a pesar de su mal estado de salud, continuaba trabajando porque era su oficio. “No es posible hacerles un trastorno tan grande a los además –añadía-, después de un mes de ensayo. Estaré hasta el día que pueda. Y si un día me sacan de las tablas, pues ese será mi destino…”.
Irene López Heredia fue enterrada el 12 de octubre de 1962. El féretro con sus restos se dirigió al Teatro Español, donde se rezó una oración y las actrices Carmen Luján y Mary González depositaron dos ramos de flores sobre su féretro. Fue sepultada en el cementerio de la Almudena. Allí se apagó para siempre la voz de una de las grandes damas del teatro español de todos los tiempos.