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«Un ‘harlysta’ será muchas cosas; pero jamás un ‘motero’»

A Roque Madrid hay que bautizarlo. Pero no como Dios manda, claro, que Roque ya disfruta de su jubilación desde hace un par de años. Más bien, habrá que iniciarlo como manda la Harley, con el agua de una fuente o con champán, que resulta más elegante. Roque se convirtió hace un año en harlysta, orgulloso propietario de una de aquellas motocicletas míticas sobre cuyos asientos oscila la existencia de muchos murcianos. Cumplido su periodo de prueba, el Murcia Chapter le entregará a Roque el preciado escudo para su chaleco. A partir de entonces formará parte de un grupo cuya esencia supera la imagen que algunos tienen de ellos. De entrada, les incomoda que les llamen moteros. Y es sólo el principio.

Decenas de socios murcianos

El Club Murcia Chapter nació hace ahora siete años. Fue fundado por Andrés Soto, quien también lo presidió hasta que tomó el relevo Manuel Lorente, cuyo nombre de guerra es Makoli. Makoli es un hombre de conversación afable, que se torna apasionada cuando describe su pasión por las harleys y orgullosa al destacar que «somos 86 socios de todas las edades, desde miembros que acaban de sacarse el carné hasta otros con más de sesenta años de edad».

El Murcia Chapter, cuyo lema es Semos diferentes, se reúne los viernes para organizar salidas que, en muchos casos, tienen como destino concentraciones moteras. Hace unos días regresaron de Pingúino, una reunión celebrada en Valladolid. Durante las próximas semanas viajarán a Castellón, con cuyo club están hermanados, y a León. «Nuestro único cometido -revela José Villaescusa- es hacer kilómetros, es viajar mucho con la moto». En su caso, incluso la utiliza para moverse todos los días de la semana, por eso su moto no reluce como el resto. «Sinceramente, después de un día de trabajo, prefiero pasear con ella que limpiarla», confiesa Villaescusa.

Los miembros del club insisten en que no son un motoclub, «no somos como esas personas que cogen las motos los domingos por la mañana». Otros los llaman, por ello, domingueros. Los harlystas convierten su aflicción en una forma de vida: «Un miembro del club, aún cuando no estemos reunidos, siempre vestirá una camiseta, una hebilla o un pin que evidencie que posee una Harley, que le haga sentirse afortunado», advierte Makoli.

El presidente lamenta que exista la creencia popular «de identificar el mundo de las motos con el malvivir. El 90% somos trabajadores, responsables de nuestras familias y respetamos la carretera más que nadie». De hecho, los miembros del club respetan a rajatabla el límite de velocidad, nunca beben cuando conducen «y tampoco permitimos que nadie que nos acompañe beba».

Para los harlystas, la velocidad incluso supone un inconveniente. Primero, porque la envergadura de sus motos no les permite circular a muchos kilómetros por hora. Y segundo, suelen elegir rutas alternativas a las grandes autopistas para disfrutar de las gentes y el paisaje, la tranquilidad y el descanso. «Conducir una Harley -matiza Makoli- es como estar sentado en un sofá. Su suspensión es tan espléndida que la conducción es una maravilla».

Hace un tiempo, Makoli decidió viajar hasta Fuengirola a una concentración. Si hubiera elegido la autopista de Andalucía, en pocas horas hubiera alcanzado su destino. Sin embargo, tomó otra ruta. «Me adentré en Almería y recorrí la costa sin prisas. Fue una delicia: paramos donde quisimos, dormimos donde nos sorprendió la noche…».

En alguna ocasión, cuando los miembros del Murcia Chapter recorren una ruta, son superados por conductores a bordo de grandes motocicletas japonesas. Los harlystas, con cierta ironía, los llaman moteros. «Nos ven y se ríen, diciéndonos que circulamos lentos, que nunca vamos a llegar -explica Villaescusa-. Pero se equivocan: es alguno de ellos el que, por desgracia, no llega a su destino. Nuestra meta es que todos los socios alcancen el destino, todos».

Para todos los bolsillos

Todos los miembros del Murcia Chapter son trabajadores, gentes que luchan cada día por acercar a sus hogares un sueldo que sustente a sus familias. Y, como cualquier ciudadano, «a veces gastamos más de lo que podemos en nuestra motos». Así es su pasión. Adquirir una Harley, por otro lado, no resulta muy embarazoso para el bolsillo de quienes aman esta forma de vida.

Villaescusa explica que «hay motos desde nueve mil euros a cuarenta mil. Quien quiera una Harley puede disfrutarla». Otra cosa son los accesorios, los complementos que, como en cualquier objeto de colección, pueden costar en su conjunto aún más que la propia pieza. «Eso sí que no tiene fin». Luego, cuando circulan en ruta, mientras el viento les acaricia el rostro y casi pueden fundirse con el paisaje, cualquier gasto está justificado.

Los harlystas, aunque a primera vista pueda parecer que su vestimenta es improvisada, visten de acuerdo a normas rígidas que regulan desde el cargo que cada miembro ocupa en el club hasta los viajes que han realizado. «Cada insignia que pende de nuestros chalecos -aclara Makoli- es un viaje que hemos realizado. En casa tengo uno con cientos de pins, tantos que fue necesario cambiarlo. Ahora voy a llenar el que visto». Makoli ha realizado en sólo tres años más de sesenta y cinco mil kilómetros. Y sólo circula en ella los fines de semana, salvo las salidas para concentraciones. Posee dos Harleys. Primero adquirió una cuando volvió a conducir. «Era pequeña, porque no me fiaba de llevar una grande. Sin embargo, al año se me quedó pequeña y tuve que cambiarla».

«No pagamos mucho de seguro»

A veces se alzan como una barrera metálica que separa el asfalto del mar de hierba de una llanura o los riscos desprendidos de un cerro. Otras, delimitan el final de la tierra y el cercano mar. Y siempre son un artificio en el paisaje, necesarias para que los vehículos de cuatro rueda no se desplomen al vacío de algún barranco. Sin embargo, para los harlystas, son su eterna lucha.

Los guardarraíles se levantan en las carreteras de todo el país, siempre amenazantes y dispuestos a transformarse en cuchillas afiladas para mutilar a los conductores con menos suerte. «Son nuestra eterna lucha -advierte Villaescusa-, habría que quitarlos o, como poco, reformar su estructura». Bastaría con colocar chapas entre los guardarraíles y el suelo, creando así una superficie plana que mitigara los efectos de un golpe.

«Hace unos días vi a un policía partido en dos por un guardarraíl. Fue horrible», cuenta Villaescusa. Por suerte, el índice de siniestralidad entre los conductores de Harleys es muy bajo. Lo que, por otro lado, les permite asegurar sus espléndidos vehículos por un valor muy por debajo del que se exige a otros conductores.

«Mi seguro me cuesta 240 euros anuales -continúa Villaescusa-. Si condujera otra moto de gran cilindrada tendría que desembolsar hasta 1.500 euros. La cuestión es que las aseguradoras concluyen que cuidamos más nuestras Harleys, que no las exponemos a ningún peligro».

De hecho, la mayoría de las motocicletas de los miembros del club lucen como nuevas: llantas inmaculadas, motores donde es posible reflejarse, asientos que parecen recién estrenados y carenados sin el más mínimo roce.

En ruta, como hormigas aplicadas

Cuando los miembros del club salen en ruta su distribución sobre la carretera está planeada al milímetro. La fila de harleys siempre va encabezada por un capitán de ruta, a quien el resto sigue durante todo el trayecto.

«Si él se equivoca, todos nos equivocamos», sentencia Makoli. Otro capitán cierra el grupo, siempre pendiente de que ningún socio se retrase. Él es el único autorizado a adelantar a los demás para comunicar al otro capitán cualquier incidencia.

En ruta, ningún harlysta puede adelantar a quien lo precede. Aunque la ruta dure mil kilómetros. El orden de partida se respeta incluso después de las paradas para comer o echar gasolina.

La seguridad del equipo está supervisada en todo momento por los llamados oficiales de seguridad, otros miembros que velan porque la marcha no se vea entorpecida por nada. Y, en algunas rutas, su trabajo es imprescindible.

El sueño de todo harlysta es recorrer la mítica ruta 66 en Estados Unidos. «Lucir en el chaleco el parche de la ruta 66 causa respeto: desde que la haces ya no eres el mismo». Esta ruta cruzaba hace años más de la mitad de los Estados Unidos. Durante medio siglo fue la gran ruta comercial y la mayor arteria turística hacia la costa oeste.

Hoy, a pesar de que muchos tramos no existen, sigue siendo casi un camino iniciático para muchos. «Allí se pasa frío y calamidades, hay que llevar gasolina porque no encuentras donde repostar… es otro mundo», apostilla Makoli. De momento, él y el resto de socios degustaron hace unos días otra iniciativa no menos deseable. Se trata de la reunión de la directiva del Murcia Chapter, que se reunieron hace unos días en la casa de Roque, en el paraje La Maraña, en el Campo de Cartagena.

Allí comenzaron a preparar su próxima gran cita, el Murcia Hog Rally, un encuentro que reunirá a miles de harlystas en San Pedro del Pinatar los días 25, 26 y 27 de mayo. Será una nueva oportunidad de compartir la devoción que sienten cuando el rugido de sus motores inaugura una nueva ruta.

 

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