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¿Tú no lo has visto pasar?

Yo me atrevo a preguntarte, tarde de ahazar y alábega, de barra de antiguo colmado, de cestas de esparto y caña, de mayordomo cubierto, de manola entaconada, tarde de mozas lozanas con la carita empolvada, de olor a pastel de carne y cerveza apresurada, tarde de clavel granate, de lirio y orquídea rosada, de chatos de vino recio, de recia sená apretada, de gitanos de otros reinos, con sillas en vez de canastas, de puerta grande en San Pedro por donde la Magdalena pasa, de algarabía de palmas, de celo por nuestras almas, de cíngulos con varias vueltas, de rosarios de perla y nácar, de verde esperanza llena, llena de medias caladas, yo me atrevo a preguntarte, mientras la burla te abraza, si acaso lo has visto pasar hacia la Jerusalén murciana.

Porque apenas se alcanza San Pedro, abierta su puerta y mi alma, brota del interior del templo un reguero de túnicas verdes, bajo la inminente penumbra de los edificios, por donde asoma el último sol de la Domenica de Ramos. Iba empujándolo la luna. Envidiosa. Dispuesta a colarse hasta en los clavos de la tarima del primer paso. Y tendrán que pasar otros seis hasta que vuelvas a verlo, al Cristo de la Esperanza, que alza sus ojos al cielo. ¿De verdad que no lo has visto, tarde de domingo incierto? Mira que estira sus brazos, siente en tus calles su aliento, el rumor de sus estantes cuando golpean el suelo, el vibrar de las tulipas, el rosal en su madero, cantoneras de oro puro, puro anhelo nazareno.

San Pedro está en la calle. El primer trono ya enfila Jara Carrillo entre una oleada de murcianos que se agolpan sobre la carrera, asomándose a la espléndida mesa del Arrepentimiento, descubriendo más allá la burrica, el paso que inmortaliza la entrada de Jesús en la Jerusalén del Segura. Hay quien lleva prendido a la solapa el lacico verde, el que regalaban a la mañana en el templo, donde ofrecen cada año a Murcia los pasos. Pero no hay mayor presente que verlos salir de la parroquial de puerta estrecha, verlos salir al toque de estante sobre la chapa, como sucede con el Nazareno de Baglietto, de tan elegante estampa. Desde luego quien lo mato, por bello, cometió doble crimen.

“¿Y quién es ese Señor?”, pregunta un niño desorientado. “Es el Señor”, responde el padre, a quien cada año le aprieta más fuerte el nudo nazareno del alma. “Ya, pero ¿el señor qué…?”. “Pues el Señor, Señor”. Y recuerda los versos del poeta que hoy escribe estas líneas: “Qué rostro tan bello y puro tiene este Jesús de San Pedro cuando, oscureciendo el día, lo levantan hasta el cielo treinta y cinco nazarenos”. Otros niños extienden sus manos para recibir el dulce regalo, la mona y el huevo, envueltos con primor en servilletas de bar y embolsados, también lazo verde incluido, la tarde antes.

San Pedro no tiene perdón. Primero, porque está en San Antolín. Segundo, porque el gallo cacarea ante su talla denunciando la traición. Y tercero porque el barrio condena a la Murcia cabal a degustar su cortejo apenas unas cuantas horas, hasta que la la madrugada convierte la emoción en recuerdo reciente. ¡A qué poco nos sabe la marcha pasionaria! Por eso te preguntaba, tarde de pontificia, venerable y real cofradía, si lo has visto pasar antes de que la noche te asalte. O si te encontraste a su Madre, María Santísima de los Dolores, abiertos los brazos sobre la luz que la adorna, caminando ante el Hijo amado. Cuéntame si te has emocionado al contemplar su rostro afligido en el retorno por la plaza de Las Flores, cuando la tristeza es doble por la cercanía de la recogida.

Yo sé que mientes y callas, tarde de pastilla barroca, porque envidias el desvelo de esta Murcia que ahora llora, este tumulto de gentes que la carrera abarrota, cuando la Madre camina, ¡dejadla que anda sola!, pues de guapa no hay ninguna, como huertana no hay otra, que a su paso por Belluga le falta plaza y tribuna, mira que todo lo llena su elegancia y su ternura. María de los Dolores, coronada de hermosura, a Ti te sobran estrellas aunque sean de plata pura.

La procesión avanza por la calle, que se queda estrecha. Como la puerta del templo, portón de dinteles que casi araña al salir la tarima de este Cristo de la Esperanza mientras eleva su mirada al cielo. ¡Qué expresión de dulce pena al iniciar el Carmelo! La gente abandona sus sillas, hogaño de plástico recio, y también de color verde como homenaje certero, porque eres tarde de certeza teñida de abatimiento. ¿Tú no lo has visto pasar mecido en olor a incienso? Pues debes saber que anoche, si te sirve de consuelo, Dios mismo se acercó a Murcia para salir por San Pedro.

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