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«¿Pobre chica la que tiene que servir?»

A Paca, la de Churra, la llevaba su señora por el camino de la amargura. Porque la ama de Paca, la de Churra, era una lánguida. Tanto, que hasta tres veces desayunaba en la cama antes de levantarse, ya sonadas las once, para entonces exigirle a la pobre sirvienta que le gritara al gato «¡zape!» porque andaba armando jaleo y la señora ya andaba cansada. El testimonio de esta criada, publicado en el diario ‘Las Provincias de Levante’ en 1901 evidencia que, por vez primera en la historia, las «criadas de servicio» tuvieron voz en la prensa murciana. Junto a ellas, las alpargateras, las cocineras o las hilanderas. Y todas en los primeros meses del mismo año.

Los conflictos laborales a comienzos de siglo se sucedían. Hasta los diarios detallaron una imprevista huelga entre los consumidores de café si los taberneros, como amenazaron, subían los precios. En la obra ‘Breve Historia de la Región de Murcia’, el historiador, bibliófilo y erudito Juan González Castaño recuerda que, entre 1901 y 1903, solo en la capital murciana se convocaron 14 huelgas, frente a las 2 de los 5 años anteriores.

Mitin de criadas

De entre todas ellas, destacaron las movilizaciones anunciadas por las «criadas de servicio», quienes convocaron un mitin el 12 de mayo de 1901, a las cinco de la tarde en La Glorieta, «para constituirnos en sociedad legal y pedir a nuestros señores y señoras la concesión de lo que nos pertenece».

La redacción de ‘Las Provincias’ recibió una nota firmada por la comisión encargada de impulsar la iniciativa, que pretendía «barrer todo lo que nos perjudique y fregar lo que nos daña y sacudir el polvo a nuestros sufrimientos». Firmaban el comunicado Águeda y Consuelo, por las cocineras; Gertrudis y Tomasa, por las ayudantas; Ida y Fililé, por las institutrices; y Pepica y Fuensanta, por las niñeras.

Entre las demandas figuraban el descanso obligatorio para las criadas todos los domingos, desde las seis de la mañana a las seis de la tarde, el uso de agua caliente para fregar en invierno y la sustitución del tradicional almuerzo de pan y perra por alimentos calientes.

Queda por resolver si realmente se produjo aquella reunión o si la noticia solo fue una broma del rotativo. O peor: la infame parodia de una situación real. Aunque presentada como información seria, causa la sonrisa que otra de las exigencias de las criadas fuera el derecho a romper cada mes «diez fuentes, treinta y dos platos, sesenta jícaras, cuarenta y dos copas, ochenta cristales y dos espejos».

Abogado para arañazos

Para las niñeras se pedía el derecho a «salir todas las tardes» y las faltas que se cometieran contra ellas debían denunciarse ante la nueva sociedad, que pondría a disposición de las afectadas un abogado cuando se produjera algún caso de «tomadura de pelo, arañazos u otras lesiones».

Otro periódico murciano, ‘El Diario’, no recogerá noticia alguna de esta supuesta concentración, aunque sí anunció que aquel domingo se reunían los hojalateros con la intención de agremiarse y, para variar, exigir «la jornada laboral de 9 horas». Esa misma tarde actuó la banda de Vicente Espada en La Glorieta, a la misma hora en que ‘Las Provincias’ preveía la reunión de criadas.

El 6 de mayo se declararon en huelga las hilanderas de las dos fábricas de seda de la ciudad. Las obreras anunciaron que no regresarían al trabajo hasta lograr media hora para almorzar y hora y media para comer. Además de ver reducida su jornada de seis de la mañana a seis de la tarde. El gobernador pronto consiguió que los patrones les concedieran una hora más de descanso. No fue suficiente.

El turno de las hilanderas

A la mañana siguiente, las hilanderas recorrieron la ciudad en dirección al Gobierno Civil. Al pasar por la calle Platería, algunas se acercaron a la redacción de ‘El Diario’, para aclarar sus pretensiones. En esta ocasión manifestaron que exigían 2 horas para el almuerzo o, en su caso, para la comida. Descartaban, eso sí, un incremento salarial. Aquel día, el gobernador encargó al alcalde que negociara con los patronos y, según el propio diario, «los fabricantes accedieron a las pretensiones de las pobres obreras».

El turno de las alpargateras llegó el 29 de abril cuando medio centenar de obreras se reunieron junto al Puente Viejo para proclamar la huelga. También proponían trabajar menos y cobrar más. El grupo, en esta ocasión, fue disuelto por la autoridad. De nuevo, el gobernador recibió a una comisión en su despacho.

Y los obreros del tranvía

Para aquellas que confeccionaban «las caras de los alpargates» exigían un incremento salarial de 20 céntimos por docena de pares, hasta alcanzar la peseta; y a quienes «hacían talones» que les pagaran 75 céntimos en lugar de 50. El gobernador, por enésima vez, se comprometió a mediar. Casi dos semanas después no se había alcanzado un acuerdo. En octubre les tocaría el turno a los panaderos. Sin contar con los obreros de las brigadas de mantenimiento del tranvía que unía Murcia con Alcantarilla y Espinardo o los empleados de los telares. Todos constituirían la avanzadilla de un movimiento social que, a la postre, cambiaría la relación entre asalariados y patrones. Aunque solo fuera en el tratamiento que a unos y a otros les daba la prensa.

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