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Los remotos ‘stradivarius’ de la calle del Pilar

La familia Alcañiz dio fama en España a los instrumentos que fabricaba en el barrio de San Antolín

Cuatro cosas siempre tuvo de maña la calle del Pilar. Lo primero y es obvio, su nombre. Lo segundo, el temible corregidor Pueyo, aragonés de pura cepa que ordenó levantar la ermita dedicada a aquella advocación, que es lo tercero, después de que intentaran asesinarlo y la medalla de la Pilarica que llevaba al cuello frenara la bala. Y lo cuarto pero más desconocido, el apellido de la familia Alcañiz, célebres guitarreros a los que el tiempo arrolló.

Los instrumentos de Francisco Javier Nicolás.

Ya registran las crónicas que en 1778 se estableció en aquella histórica calleja José Alcañiz, de profesión artesano que elaboraba guitarras, guitarros de cinco cuerdas, violines y bandurrias. A José le sucedió su hijo, del mismo nombre, de quien constan dos guitarras firmadas en 1814 y 1838, según destacó en 1949 el que fuera secretario de la Cámara de Comercio, Miguel López Guzmán.

La historia también recuerda el nombre de otro maestro, Pedro García, allá por 1883. Todos eran herederos de una tradición más antigua y que se remonta, cuando menos, a tiempos de los Reyes Católicos. Documentado está que ya entonces se fabricaban en Murcia cuerdas para instrumentos musicales. Desde esa época siempre fue un oficio tradicional en la urbe y que, por cierto, le dio no poca fama en todo el país.

Aquellos artesanos, geniales como todos, no se conformaron con construir piezas. Incluso llegaron a innovarlas. Eso hizo Alcañiz hijo, quien redujo las cajas de resonancia de los instrumentos con excelentes resultados para la sonoridad.

La saga continuó con su sobrino, José Calvo Alcañiz, y otro sobrino más tarde, José Ordax Calvo, quien se estableció en la cercana calle Sagasta. Este último llegó a construir una curiosa guitarra de 16 cuerdas.

La producción del taller familiar era muy abundante. Un anuncio de 1886 de ‘El Diario de Murcia’ lo evidencia. Hasta había rebajas, que eso no es un invento de estos tiempos. En él, José Cordax exponía una oferta durante ocho días en la compra de 40 guitarras, 10 bandurrias, 8 violines y 100 guitarros. Además, el artesano ofrecía «un gran surtido en cuerdas, bordones, clavijas, arcos, puntas y conchas de bandurria, y una especialidad en cuerdas y bordones para violín».

El siguiente constructor fue mucho más reconocido, como hoy está olvidado, que sus ancestros. Se llamaba Ángel Ordax Sánchez, ya bien entrado el siglo XX. Tenía el taller en la calle Caldereros y alcanzó la perfección absoluta en sus violines, violonchelos, guitarras y laudes.

El impulsor del requinto

Gracias a su familia proliferó en toda la huerta el uso del requinto o guitarrillo, un pequeño y popular instrumento de cinco cuerdas. Le llamaban el Stradivarius del Sureste. Ángel llegó a exportar a México y Argentina. Falleció el 30 de marzo de 1943 y le sucedió su hijo Ángel Ordax Miralles.

Pero el negocio declinó. En 1969, Ángel, de 49 años, apenas trabajaba dos o tres horas diarias en una vivienda de la castiza plaza de San Julián. Su verdadero empleo, por desgracia para la tradición, estaba en un almacén de aceites pesados. Cuando acababa la jornada, a las ocho de la tarde, se encaminaba a casa de su madre para reparar unas cuantas guitarras y laudes.

El genial Martínez Tornel ya advertía en 1905 en ‘El Liberal’ que aún quedaban en la huerta «guitarras del primitivo y sabio maestro guitarrero Alcañiz, que han pasado como Stradivarius en su clase de una a otra generación».

De aquel magnífico periodo apenas queda memoria, aunque aún se conservan instrumentos que compusieron sus mágicas manos. En sus etiquetas puede leerse: «Fábrica de José Ordax Calvo Antes de Alcañiz Val de San Antolín 16». Similar etiqueta empleó Ángel Ordax, aunque cambiando el nombre de la calle por El Pilar.

En los años setenta cerró para siempre el último taller de la ciudad. Coincidió con la desaparición de tantas cuadrillas históricas. De paso, casi olvidamos, porque somos muy capaces de hacerlo y más, la maravillosa música popular de esta bendita tierra. Durante la década siguiente solo el lorquino Jesús Fernández Periago seguía fabricando, aunque de forma esporádica, algún instrumento. Entre ellos, el guitarro de ocho cuerdas.

Sin embargo, tras un par de generaciones volvió a encenderse en Murcia la esperanza para este indispensable oficio. Y de la mano de buenos artesanos como Ángel Gómez de Guillén, en Cabezo de Torres, o el lorquino Pascual Ayala y Ginés Martínez, de Los Alcázares. Todos pueden presumir de continuar una antigua tradición que hizo sentirse orgullosa a esta tierra.

La llama se enciende

Respecto al devenir de muchos de aquellos instrumentos fabricados en San Antolín, aún es posible admirar alguno. Sobre todo, gracias a la labor de búsqueda y conservación realizada por el gran coleccionista y espléndido trovero Francisco Javier Nicolás Fructuoso.

Algún día lo harán, con toda justicia, Hijo Predilecto de la Murcia que tanto ama. En su casa de Patiño atesora la mejor colección que se conserva de guitarros, laudes, bandurrias y guitarras murcianas.

Ángel Ordax se describía como el último guitarrero murciano. Aunque estaba desilusionado. «Ha renunciado a ello. Dice que no merece la pena», publicaba el recordado Ismael Galiana en una entrevista. Pero se equivocaba. Siempre merecerá la pena, que tome nota el Ayuntamiento, conservar aquello que nos define como pueblo. Y aún más si es para ponerle música.

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