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La pandemia que provocó el milagro de San Antonio

Tal día como hoy en 1648 remitió la peste que se cobró veinte mil almas y dio lugar al histórico voto al santo

Lo curioso del caso es que el fraile, según los cronistas de la época y un sartal de investigadores más tarde, acertó. Tanto, que incluso el Consistorio instauró un voto perpetuo el día de San Antonio para recordar el milagro. Esta es su increíble historia.

Patio. Una de las pocas instantáneas que se conservan del antiguo convento de San Antonio.

La ciudad vivió su particular Apocalipsis a mediados del siglo XVII. A las riadas de San Calixto (1651) y San Severo (1653) se sumaron los estragos de las temibles partidas de bandidos denominadas ‘Bandolinas’, que fueron exterminadas gracias a las recompensas que la autoridad ofreció: 100 ducados por cada hombre vivo y 50 por cada muerto. Sin contar el hambre que atenazaba la huerta y, en la primavera de 1648, la llamada ‘Peste de Valencia’.

El teólogo fray José Tomás Blanco, en su obra ‘Ave del Paraíso’ (1739) describió con crudeza los efectos de aquella peste bubónica que se extendió por la fachada mediterránea. Los cadáveres, incluso algunos enfermos aún medio muertos, eran arrojados desde los balcones al paso de los carros que recorrían las calles desiertas, solo quebrado el silencio por los lamentos y el crepitar de las hogueras que se encendieron para purificar el ambiente.

Quienes pudieron, como es natural en estos casos, abandonaron a escape la ciudad, que quedó a cargo del médico Domingo Cárcer Torreblanca, el primer héroe olvidado de esta historia. A él se sumaron otros cinco cirujanos del ejército de Cataluña que el Rey envió a Murcia y hasta el obispo de Terca (Alemania) que llegó con una veintena de religiosos. Entretanto, 18 de los 23 frailes capuchinos que había en Murcia perderían la vida cuidando apestados.

Trigo a cambio del portento

Los parroquianos seguían muriendo, lo que animó al Concejo a organizar rogativas, primero con la histórica imagen del Cristo de la Salud y más tarde con la talla de San Antonio de Padua, el 12 de junio de 1648. Fue entonces cuando se produjo el célebre milagro.

Cierto es que la imagen recorrió los lugares afectados por la peste, como también es verdad que al día siguiente comenzó a remitir la epidemia. Así que el Concejo instituyó un voto perpetuo al santo en el antiguo convento de su advocación, voto que hoy se sigue celebrando en el nuevo monasterio ubicado a la subida de la Fuensanta. Fray Martín Pérez de Armentía falleció el 13 de agosto, dos meses después del milagro de San Antonio.

Lo que ya nadie recuerda es la vinculación de Murcia con Villena en este asunto. Desde 1474, era la Virgen de las Virtudes de aquella población hoy alicantina un supuesto remedio infalible contra la peste. Razón de más para que los murcianos pidieran el envío del manto de la imagen, que fue expuesto en la Catedral.

Entre la Virgen y San Antonio, según el sentir popular, remitió la peste. Y la ciudad, agradecida, costeó un manto para la talla alicantina y la entrega perpetua de doce fanegas de trigo, la mitad a cargo del Obispo, para el convento donde se veneraba.

Conocemos que aquí estuvo el manto por el acta del Cabildo extraordinario del 20 de julio de 1648, donde se consignó que «se había traído el manto de Nuestra Señora de las Virtudes de la ciudad de Villena y había muchos días estado en el altar mayor de esta Santa Iglesia, donde todo el pueblo la venera».

A la sesión de aquel día, tras la espantada de clérigos, solo acudió un canónigo, un racionero y tres medios racioneros. Además, se anotó que, visto el milagro, se le dijeran misas a San Antonio y se diera limosna al convento de Villena.

Los murcianos no cumplen

Sin embargo, como apuntaría cualquier huertano castizo, el muerto al hoyo y el vivo a lo suyo. Así que apenas dos años después, en 1650, el prior del convento villenense recordaba a los murcianos aquella promesa. En otra acta del mes de marzo de aquel año podemos leer que el fraile exigía las doce fanegas de trigo prometidas. Más tarde, en 1652, el manto ofrendado estaba acabado.

Pero lo peor estaba por llegar. Al año siguiente, se alzaron voces contrarias a la donación de trigo. La peste ya era en Murcia solo un recuerdo. Argumentaban desde la Catedral que el acuerdo había sido tomado por un solo canónigo. Tela. Tras muchas discusiones se renovó la donación de «seis fanegas de trigo en cada año al convento». Queda el reto para los historiadores de comprobar cuántos años se cumplió el acuerdo con Villena que, a juzgar por lo olvidadiza de la memoria humana, es muy probable que apenas se observara el año del acuerdo y el siguiente. Si es que se cumplió.

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