Las ratas murcianas, contra cualquier lógica científica, son las únicas del mundo que han logrado vencer a un ayuntamiento. Aunque para ello tuvieron que desplegar toda su repugnante paciencia durante décadas para defender sus dominios: la ya legendaria Isla de las Ratas. Esta isla, formada por la acumulación de sedimentos, estaba ubicada en pleno corazón de la ciudad, justo enfrente de los Molinos del Río, rodeada por las aguas del Segura que iban incrementando su superficie de forma lenta pero evidente. La primera noticia de este islote se publicó en agosto de 1920 en El Liberal. Al parecer, un “descendiente del Faraón” intentaba bañar a su burra en el río, a la altura del Malecón. El animal, que no estaría muy acostumbrado a tales finuras, se negaba a entrar al agua. Así que el gitano optó por vendarle los ojos. La borrica, al sentir de nuevo la humedad en sus patas, dio un respingo, con tal mala fortuna que se internó en el cauce. Cuenta el cronista que su dueño, al que el agua también espantaba, prometió cuatro duros a quien se atreviera a rescatar al animal. Un espontáneo lo hizo, aunque la burra siguió nadando “y como Robinson llegaron a la isla de las ratas”. El episodio acabó, entre la algarabía de los parroquianos que lo contemplaban desde el puente, cuando el gitano lanzó los cuatro duros a la isla, condición que exigió el improvisado nadador para volver a cruzar las aguas. A mitad del siglo pasado, la isla se había convertido en uno de los grandes problemas de la ciudad. El diario La Verdad de Murcia anunció en 1945 el inicio de los trabajos de remoción de tierras para reducir la masa de arena, que también suponía “un peligro para la ciudad y sus alrededores en caso de gran avenida de agua”. Se intentó así que las tradicionales tormentas de agosto y septiembre, las mismas que ahora se espantan a cañonazos río arriba, arrastraran los sedimentos. Una vez más, las ratas lograron continuar en su natural hábitat. De hecho, la Comisaría de Aguas anunció las obras un día antes de que la Patrona, la Virgen de la Fuensanta, llegara a Murcia en rogativa. Era el intento desesperado de los agricultores ante la terrible sequía que padecían los campos. El río permaneció casi seco. Al año siguiente, los canales practicados en la masa de sedimentos habían permitido una reducción considerable de la isla. Pero no su desaparición. De hecho, diez años después, la isla y sus supuestas ratas seguirían enseñoreándose del Segura. En 1952, el descenso en el caudal del Segura desató las iras de los regantes murcianos, quienes denunciaban el ansía de las autoridades por llenar los pantanos, y los lamentos de los ciudadanos, que veían crecer tierra sobre el cauce. “No cae el agua por el azud de los molinos del río”, clamará el diario Línea. Las ratas volvían a vencer. Ese mismo año, a instancias del Ayuntamiento, se propone el proyecto de canalización del Segura a su paso por la ciudad. Las obras, según informaron los diarios a toda página, obligarían a eliminar el célebre parque de Ruiz Hidalgo, aunque “también desaparecerá la isla de las ratas”. El proyecto, dando tumbos administrativos, fue impulsado en 1954 por Domingo de la Villa, entonces delegado del Gobierno en la Confederación Hidrográfica del Segura. Suponía la inversión de 31 millones de pesetas para canalizar 1,6 kilómetros del cauce y, de nuevo, “para la desaparición de la infecta isla de las ratas”. Es posible que ellas sonrieran, esquivando a los pescadores que describían este paraje como idóneo para el desarrollo de su arte. Las obras salieron a subasta en noviembre de aquel año pero, entre unas cosas y otras, en enero de 1957 todavía no se habían iniciado. Y las galeradas ardían en la prensa, hasta el extremo de publicar versos satíricos. En septiembre la situación no había mejorado. Así lo prueba la noticia de la convocatoria de la Copa del Generalísimo de pesca, que se celebró “entre la isla de las ratas y el hospital provincial”. En los siguientes dos años, como había sucedido en las décadas anteriores, la cuestión fue un tema recurrente en los diarios. En 1959, por ejemplo, la explanación de un terreno al otro lado del río, desde donde intentaban navegar en piragua por el río moribundo, rescató la indignación por el islote, que permanecía tal cual. En agosto de 1961, el célebre cúmulo pasó a la historia. Nadie imaginó entonces que la venganza de sus moradoras no se haría de esperar. Apenas dos años más tarde, Línea anunciaba que el río ya tenía nueva isla de las ratas. “Ha surgido un poco más arriba de la anterior, con ramificaciones hacia el Puente Viejo”, señalaba el redactor que concluía: “Estas bromas del río tienen un sentido muy particular para regocijo de las ratas”. Durante las dos décadas siguientes, la isla y su nombre siguieron presentes en la sociedad murciana, incluso dando título a una espléndida novela del escritor, profesor y crítico literario, Santiago Delgado, quien narra las peripecias de un grupo de bachilleres que saborean la libertad escapándose a aquel lugar tan próximo pero tan lejano de sus aulas. Una delicia. A comienzos de los años noventa, una nueva isla de las ratas centraba las críticas de los murcianos. En esta ocasión, en cambio, estaba situada más allá del Puente Viejo, donde los roedores pasaban más desapercibidos, bajo la sombra de varios árboles, y donde quizá tramaron el golpe definitivo para perpetuar sus dominios. El islote recobró actualidad por el proyecto de construcción de la actual pasarela del ingeniero Manterola. El gran mástil que la sujeta fue levantado sobre aquella ínsula de nombre mítico, lo que ha garantizado su permanencia, aunque ya desprovista de su denominación primigenia. De momento. ]]>