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En busca del incunable perdido

unnamed Tuvieron que correr. Como se estila en nuestra amada ciudad. Y lo hicieron por el aviso, que luego devino casi en afrenta, enviado desde el otro lado del Atlántico. La historia comenzó cuando un profesor americano solicitó en 1880 a España la copia de un valioso documento de los Reyes Católicos. Según sus datos, el incunable [así llamado para enojo de algún documentalista] se conservaba en una remota ciudad llamada Murcia. El Ministerio de Estado se dirigió entonces al gobernador civil de la provincia para interesarse por el paradero del documento que, como advertía el profesor, debía de estar entre los fondos del archivo histórico municipal. El gobernador, a su vez, envió la orden al Consistorio y el alcalde, por no ser menos, la remitió al archivero, Mariano Castillo. El documento en cuestión era una real orden de los Reyes Católicos, fechada en Sevilla el 25 de diciembre de 1477, que autorizaba al impresor Federico Alemán a moverse libremente por el Reino de Murcia, sin imponerle cargas ni arancel alguno para la impresión y venta de libros. El archivero murciano lo tenía fácil. Bastaba con abrir el tomo de Cartas Reales correspondiente al año y buscar la fecha señalada. Pero el buen hombre descubrió, quizá mientras maldecía en arameo, que faltaba el documento. Y le contó la historia al director de ‘El Diario de Murcia’, el célebre periodista José Martínez Tornel. Tornel, sorprendido por el interés del americano, publicó en la portada de su rotativo una carta dirigida al profesor y erudito Andrés Baquero Almansa. En ella le solicitaba que arrojara alguna luz sobre el misterio “con motivo de esta curiosidad internacional”. La carta encontró una pronta respuesta. Baquero Almansa aportó nuevos datos sobre tan interesante rebusca. Entre ellos, explicó que el documento supuestamente perdido ya fue citado por otro escritor murciano, el cervantista y político Diego Clemencín, en su obra titulada ‘Elogio de la Reina Católica’. Inventor de la imprenta Baquero Almansa precisó aún más su aportación. Al parecer, la Reina Isabel dirigió a la ciudad de Murcia una carta ordenando que Teodorico Alemán, impresor de libros de molde, fuera franco de pagar “alcábalas [impuesto sobre las ventas], almojarifazgo [aranceles aduaneros] ni otros derechos” por tratarse de uno de los principales inventores del arte de la imprenta y por haberse expuesto “a muchos peligros de la mar” por traerla a España. La carta estaba firmada el 25 de diciembre. La importancia del personaje era incontestable. Friderico, Frederico, Federico o Fabrique Alemán o de Basilea –que todos esos nombres recibía- fue uno de los primeros impresores que llegó a la Península Ibérica. Establecido en la ciudad de Burgos a partir de 1485, una de sus obras más famosas fue la primera edición de La Celestina. El primer libro que salió de su taller, según el conocimiento de la época, era un ‘Arte de Gramática’ fechado en 1485. Por eso Baquero Almansa destacaba el gran interés de descubrir el documento citado por Clemencín, “que es anterior en siete u ocho años, y solo tres años posterior al ‘Certámen poetich’ de Fenollar [1474], considerado mucho tiempo como el primer libro estampado en España”. Baquero Almansa, además, señalaba que quizá el impresor no se estableció en la ciudad sino que solo empleó el privilegio para la venta de Biblias, libros de rezo y algún clásico tras arribar a la península por Cartagena. La búsqueda del documento se animó al terciar el erudito Pedro Díaz Cassou, quien unos días más tarde y en otra carta a ‘El Diario’ animó aún más el misterio. El escritor afirmaba que había encontrado la obra, pero que no revelaría el lugar exacto donde se guardaba hasta que Baquero le respondiera “sobre un punto histórico, sobre el que le rogué que me escribiera hace ya tiempo”. Y aseguraba a Tornel, como si de un secuestrador al uso se tratara: “A la media hora de entregarme la contestación del erudito, amigo, habrá usted copiado el documento”. Los datos que pedía Díaz Cassou como improvisado ‘rescate’ estaban referidos a una materia que al autor siempre le apasionó. Se trataba de los antecedentes de leyes o reglamentos árabes en los regadíos de la península. ‘El Diario’, con fecha 10 de noviembre, suplicó a Baquero que enviara cuanto antes los datos exigidos. Interviene el gobernador La curiosa reacción de Díaz Cassou también provocó la intervención del gobernador civil, quien dirigió ese mismo día un oficio al Ayuntamiento de Murcia para que, a su vez, le pidiera al erudito una copia del documento “por estar interesado en satisfacer los deseos del gobierno”. No fue necesario. El oficio del alcalde fue recibido por Díaz Cassou el día 12. Y, como era de esperar, también fue contestado en las páginas de ‘El Diario’. Al respecto, Díaz Cassou confesaba tener en su poder unas notas, tomadas en el transcurso de sus interminables investigaciones en el archivo, donde aclaraba que la imprenta vino a Murcia en 1487 desde Valencia, “pero el primer librero que hubo en Murcia fue Thedorico Alemán, que vino de Cartagena”. La carta real de la discordia se encontraba, según esas mismas anotaciones particulares, en el libro que comprendía desde 1478 a 1488, en su folio 72. Y, de paso, denunciaba otro expolio: “Lástima que falten los ocho primeros folios, y [por] fortuna no falte, que bien pudiera, este precioso documento”. Tal era la dejadez consistorial que incluso le preguntó al alcalde si bastaría con que “un americano llame la atención sobre nuestro archivo para que se inviertan en su arreglo algunos cientos de reales”. Díaz Cassou estaba en lo cierto. Allí, en el año 1478, se encontraba el documento que se buscaba en 1477. Pero era solo una copia. Por ello anunció ‘El Diario’ que “ahora vamos detrás del original, aunque para el caso es bastante la copia”.  ]]>

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