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El fraile valiente que venció a la peste

 

Rueguen a Dios que yo no muera y acabaré con la peste». La frase, atribuida al fraile Martín Pérez de Armentía, se extendió por la ciudad al compás de la terrible epidemia que costaría la vida a más de 20.000 murcianos. Pero algo de profética tuvo porque el religioso habría de convertirse en una de las últimas víctimas de la plaga, sino la última como mantienen algunos autores.

La ciudad vivió su particular Apocalipsis a mediados del siglo XVII. A las riadas de San Calixto (1651) y San Severo (1653) se sumaron los estragos de las temibles partidas de bandidos denominadas ‘Bandolinas’, que fueron exterminadas gracias a las recompensas que la autoridad ofreció: 100 ducados por cada hombre vivo y 50 por cada muerto. Sin contar el hambre que atenazaba la huerta y, en la primavera de 1648, la llamada ‘Peste de Valencia’.

El teólogo fray José Tomás Blanco, en su obra ‘Ave del Paraíso’ (1739) describió con crudeza los efectos de aquella peste bubónica que se extendió por la fachada mediterránea. Los cadáveres, incluso algunos enfermos aún medio muertos, eran arrojados desde los balcones al paso de los carros que recorrían las calles desiertas, solo quebrado el silencio por los lamentos y el crepitar de las enormes hogueras que se encendieron para purificar el ambiente.

Quienes pudieron, como es natural en estos casos, abandonaron a escape la ciudad, que quedó a cargo del médico Domingo Cárcer Torreblanca, el primer héroe olvidado de esta historia. A él se sumaron otros cinco cirujanos del ejército de Cataluña que el rey envió a Murcia y hasta el obispo de Terca (Alemania) que llegó con una veintena de religiosos. Entretanto, 18 de los 23 frailes capuchinos que había en Murcia perderían la vida cuidando apestados.

Los parroquianos seguían muriendo, lo que animó al Concejo a organizar las tradicionales rogativas, primero con la histórica imagen del Cristo de la Salud y, más tarde y como señaló Carlos García Izquierdo, con la talla de San Antonio de Padua, el 12 de junio de 1648. Fue entonces cuando se produjo el célebre milagro.

Voto perpetuo

Cierto es que la imagen recorrió los lugares afectados por la peste, como también es cierto que al día siguiente comenzó a remitir la epidemia. Así que el Concejo instituyó un voto perpetuo al santo en el antiguo convento, voto que hoy se sigue celebrando en el nuevo monasterio ubicado a la subida de la Fuensanta. Fray Martín Pérez de Armentía falleció el 13 de agosto, dos meses después del milagro de San Antonio. Y su muerte nos permite recordar a otro murciano de excepción.

La peste aceleró el nombramiento de un nuevo obispo, después de que su antecesor falleciera por la temible dolencia el 10 de agosto. Se trató de Francisco Verdín de Molina, quien llegaría a convertirse en obispo de Guadalajara y Michoacán, en el México virreinal.

Sobre la ciudad de su nacimiento fue Francisco Candel, cronista de la Diócesis de Cartagena, quien concluyó que el obispo había nacido en Murcia. La prueba que Candel aportó fue un texto de las actas capitulares de la ciudad, fechado el 10 de febrero de 1665, que narraba la visita al Concejo de monseñor para anunciar su partida: «Su Magestad (Dios lo guarde) -se anotó en el libro- le había hecho merced de presentarle en el Obispado de Guadalajara en la Nueva España». Francisco Verdín señalaba que aquellas honras se las debía «a ser hijo desta ciudad», esto es, Murcia.

Candel mantiene que el obispo descendía de alguna rama noble de los murcianos, a juzgar por los ventajosos casamientos de sus hermanas y la profesión de dos de ellas en el convento de Madre de Dios, donde desempeñaron cargos de responsabilidad.

Debió de estudiar Verdín en el Seminario San Fulgencio de Murcia, para luego licenciarse en Derecho Canónico por la Universidad de Salamanca, extremo este sobre el que aún existen algunas dudas. No las hay, en cambio, en su nombramiento como canónico de la Catedral por parte del Papa Inocencio X el 7 de febrero de 1645. No fue un obstáculo para el nombramiento que Verdín todavía no se hubiera ordenado.

Cortar trozos al santo

Convertido en Obispo, impulsó las obras de la gran catedral de Guadalajara, además de otras iniciativas de éxito, sin olvidar nunca su ciudad natal, a la que envió numerosos regalos hasta su muerte, el 29 de abril de 1675, siendo entonces obispo de Michoacán.

Pero antes de marchar a las Américas, Verdín también se enfrentó a la peste que, aparte de diezmar la población, se cobró la vida del entonces obispo, Juan Vélez, y redujo el Cabildo a unos cuantos capitulares, entre ellos Verdín, quien fue nombrado vicario general. El resto huyeron al campo para evitar el contagio.

Cuenta Candel que una de las primeras actuaciones de Verdín como vicario fue la elección de nueva presidenta y oficialas en el convento de Madre de Dios, cuya superiora también había muerto por la peste. Fácil encomienda si se compara con los disturbios provocados tras la muerte del franciscano Martín Pérez de Armentía.

El fraile se había destacado por una incesante labor solidaria durante la epidemia, lo que provocó que creciera su fama de santidad hasta el extremo de que muchos murcianos, considerando una reliquia su hábito, intentaron cortarle trozos. Costumbre normal en época de supersticiones. El problema residía en que hábito solo había uno y demasiadas manos para repartírselo. Así que resultó necesario cortar también partes del cuerpo.

Aún antes de que esto sucediera, los caballeros que mantenían oratorio en la Catedral se sortearon el cadáver del fraile, tocándole en suerte a Melchor de Roda, quien patrocinaba la capilla de San Andrés, donde fue enterrado el religioso. Otra cosa era contener al pueblo, que proclamaba por las calles la santidad del franciscano.

Esta situación adquirió tal cariz que el vicario Verdín, según recordó Fray José Tomás Blanco, «hubosé de valer [&hellip] de su autoridad fulminando censuras sin olvidar otras providencias para atajar el daño que amenazaba el desahogo de la devoción que se explicaba en el empeño de cortar algunas porciones de su cuerpo». Del cuerpo del fraile, se entiende.

 

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