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¿Durmió anoche un muerto en su cama?

auroros

Para dormir con un muerto –que se lo pregunten a algunas señoras- en Murcia nunca fue necesario profanar una tumba. Porque llegado el día de los Difuntos, que aquí siempre se llamó ‘Tosantos’, eran los propios fallecidos quienes regresaban a su hogar terreno. Y, como si no hubieran tenido bastante en vida, se quedaban una noche entera. Sucedía en la madrugada de las ánimas benditas, esas que desde hace siglos recuerda el inquietante mural de San Bartolomé: “A las Ánimas benditas no te pese hacer el bien que Dios sabe si mañana serás ánima también”. Lagarto, lagarto…

La tradición murciana de recibir a las ánimas esa nostálgica noche daría sopas con ondas, pero ondas de huertana recia y bien peinada, al popular Halloween. Incluso era indispensable un ritual de curiosos preparativos que hoy proscribirían los psicólogos infantiles, no sea que los zagales pierdan de vista un instante la vídeoconsola.

Para empezar, las casas se llenaban de mariposas de aceite o de velas, que ardían durante todo el mes y, de paso, evitaban tropezones de madrugada cuando se iba al retrete. O al bancal directamente, que así de bien crecían luego las tomateras. Además, era necesario, como recordaba Carlos García Izquierdo en el diario ‘Línea’, engalanar las camas con sábanas y almohadas limpias, con lujosos cobertores y colchones nuevos, si hacía falta, pues se tenía la convicción de que las ánimas de los deudos dormirían en ellas. Y más de uno recordará cómo el abuelo advertía a los nietos revoltosos: “¡Callad, callad, que no se despierten las ánimas!”.

Todo desapareció. También las colgaduras de terciopelo negro que adornaban los altares de las ánimas en las iglesias de Santa Catalina, San Bartolomé, Santa Eulalia, San Nicolás, San Juan o San Andrés. Eran cortinajes orlados con galones dorados y símbolos funerarios que, al titilar de las luminarias, remarcaban aquellos purgatorios terroríficos de los lienzos, mismamente precursores de las carátulas de algunas series americanas actuales.

Panochas morunas

No todo era rezo e iglesia, a pesar de que las campanas repicaban a muerto reciente en cuanto daban las dos de la tarde. A la costumbre yanqui de pedir golosinas de puerta en puerta –que es una especie de aguilando adelantado, también invento murciano-, se oponía entonces la preparación de palomitas de maíz, que en Murcia se llaman tostones y deberían llamarse palomitas de panizo. O de panocha moruna. Dulces o salados, crujientes y melosos, acompañados por un buen Jumilla o la copita de vino dulce.

Como recordó en su día el genial poeta Francisco Sánchez Bautista, en este mes de ambiente tenebroso se preparaban tostones, “se comían gachas con arrope y calabazate, se sacaban dátiles, níspolas podridas y una buenas levas de higos secos y encofinados con hinojos, matas de anís y otras plantas aromáticas trasurando azúcar y melosidad, que acompañábamos con mistela y otras bebidas anisadas y de goloso sabor”.

La ciudad entera se transformaba. Pueblan estos días los escaparates de las tiendas una legión de brujas desdentadas y risueñas, zombies pellejosos y sangrientos –que tan de moda están – y un sinfín de esqueletos que ríase usted del osario de los frailes legos de La Luz, auténticas catacumbas olvidadas de la mano de Dios y de las autoridades. Y entre tanto monstruo, un arsenal de hachas y cuchillos, arañas y fantasmas, sin olvidar las inevitables calabazas, esas que te miran como tu suegra y que no se usan para el remoto calabazate huertano, que esa es otra.

Olvida Murcia, catedrática en desmemoria aplicada, que no hace tantos años esos mismos escaparates también se adornaban para celebrar estas fechas y, en lo tocante a dar miedo, no le iban a la zaga a los actuales. Contaba el cronista Carlos Valcárcel que en ellos se exhibían faroles de hierro colado o latón, “con sus cristaleras sobre las cuales se hallaban, grabadas o pintadas, una cruz y una corona de flores”.

Junto a ellas, otros ramos no menos propios del tiempo. Del tiempo de los amarantos, que en la huerta siempre se llamaron “mocos de pavo” y que ahora se han sustituido por macabras flores de dulce… con calaveras pintadas. Y si resisten los típicos huesos de santo en las pastelerías no es por la santidad, claro, sino por que son huesos.

De aquellos años, no tan remotos como se nos antojan, apenas perdura la costumbre del reencuentro con el Tenorio de los Pineda. Y la más desconocida tradición de las campanas de Auroros que en nuestra Murcia borde, borde como un naranjo sin injertar, tampoco se supo impulsar.

Claveles por crisantemos

En esta tierra donde a los muertos les echamos el alboroque, que viene a ser una convidá en memoria del que gloria alcance como paz deja, también a los fallecidos les cantamos a pie de tumba. El Día de Todos los Santos comienza el llamado ciclo de Pasión, que reúne en los cementerios a los hermanos auroros para entonar salves inmemoriales y que concluye el 7 de diciembre a las puertas de la Purísima, cuando empieza la Pascua en Murcia y en el Cortinglés.

Entre las cuartetas que se entonaban antaño figuraba ‘El Reloj del Purgatorio’, una composición quizá no originaria de Murcia –el Halloween tampoco lo es- pero que ya se cantaba cuando el cardenal Belluga hizo la primera comunión. “Todo cristiano piadoso, debe tener en memoria, el Reló del Purgatorio, pa que dios le dé la Gloria”.

Todavía –ya veremos cuánto- perduran las visitas a los camposantos, cuyas sepulturas se adornan con tarrinas de claveles –ni siquiera clavellinas- y amapolas. Los crisantemos, esas flores cuyo cultivo daba de comer a tantas familias huertanas, no están de moda. Y tampoco puede uno llevárselos a su casa cuando cae la tarde. Porque siempre han sido “las flores de los muertos”.

Eso también está cambiando. Conocida es la anécdota de aquella anciana que, tras pasar el santo día junto a la tumba de su marido, a quien Dios tendría donde se mereciera, cerró su sillita de la playa y abandonó el cementerio con el ramo de rosas que había adornado la lápida del difunto. Y al despedirse le espetó: “Mira Paco, tu ya las has lucido bastante, hijo…”.

Comentarios (1)

Sobrino me ha gustado recordar aquellos tiempos: en hora buena

Comentario de Ramon Botia Torres Cancelar la respuesta

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