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Aquellas monas de Pascua que el tiempo arrambló

Murcia atesora desde antiguo una dualidad en sus cosas digna de estudio. Por eso siempre se le echó el alegre alboroque en las tabernas a los difuntos, después de darles tierra entre lágrimas. O se daban cuenta de prohibidos pasteles de carne en pleno Viernes Santo, pasando la procesión de los Salzillos y sin más bula que saber que la Semana Santa acaba en jolgorio. O el uso de caracolas marinas para anunciar, échenme cartas, la proximidad del agua de las riadas.

Eso mismo sucedía en los días de Pasión, cuando los murcianos andaban de besapié en quinario mientras organizaban las corridas de toros de La Condomina para el Domingo de Resurrección. Y las fiestas de primavera, que no le iban a la zaga.

Entre todas aquellas remotas costumbres que el tiempo arrambló figura dar cuenta de la mona de Pascua, aunque en Murcia la Pascua auténtica, otra sabrosa dualidad, siempre fue la de Navidad, la de los cordiales y la mistela, el cocido con pelotas de Navidad, que llamaban primer día de Pascua, a son de aguilandos.

Perder el tiempo sería ahondar en el origen de la costumbre de festejar la Resurrección de Cristo echándose al monte para degustar una mona. Algún autor recuerda que durante la Edad Media se sumó a la prohibición de comer carne la de consumir huevos.

Por ello, los vecinos del común los impregnaban de cera para guardarlos hasta hoy, día en que la abstinencia quedaba abolida. De ahí arrancaría la tradición de los huevos de Pascua y, como en Murcia somos de mucho comer, la de las monas que los acompañan.

Destacaba Martínez Tornel en su ‘Diario’ que había algunas de gran predicamento en la ciudad, allá por 1889. «Sea de casa de Bonache, sea de la Fábrica de San José, ambas superiores, dirán: ¡Qué buena es la mona de Pascua!». A ellas se sumaban las que elaboraba el Horno de la Fuensanta. A otros le preguntaban por aquellos años, como se leyó en ‘Las Provincias’, si alguien le había regalado tan espléndido dulce. Y respondía sin pestañear: «No señor. ¡He tenido que cogerla yo mismo en una taberna!».

Ni siquiera en días desapacibles se saltaban los murcianos la tradición. Eso ocurrió en 1906, cuando amaneció un día nublado para «desesperación entre los infinitos amantes de la mona de Pascua», publicaba ‘El liberal’. De hecho, a muchos de ellos no les arredró el tiempo y se vio bastante animada «la romería de fieles por los alrededores de la capital. Que les aproveche».

A la Contraparada

Célebres fueron aquellas convocatorias que llenaban de gentes el entorno de La Contraparada, en la pedanía de Javalí Nuevo, donde la mona llegó a celebrarse hasta tres días seguidos, desde el Domingo de Pascua hasta el martes. Hasta allí se trasladaban no pocos vecinos «de Alcantarilla, Javalí Viejo y hasta de Murcia», anotó ‘Línea’ en 1975. Los hornos de la pedanía de El Raal también bullían con sus hogueras de ramas secas de naranjo o cañas para preparar las monas, de las que luego daban cuenta en los alrededores del lugar.

No solo era costumbre murciana. A lo largo de toda la Región se daba buena cuenta de este bocado exquisito. Por ejemplo, en la romería pachequera de la Virgen del Pasico, que reunía a miles de fieles en torno a la antigua ermita «para pasar unas horas en el campo y comerse la tradicional mona», advertía el diario ‘Línea’ en 1972.

En Pliego «se vació la ciudad» en 1976 porque familias enteras «huyeron de ella» para celebrar la «consabida merienda de la ‘mona de Pascua’» por la romería de San Marcos. Otro tanto sucedía en Molina de Segura, que extendía varios días esas meriendas donde las monas eran el postre al «jamón, las habas tiernas, el bonito, el conejo frito con tomate y otros», según el mismo periódico. El lugar predilecto de los molinenses era la carretera de Alguazas, en las proximidades del puente sobre el Segura. Más tarde, se sumarían otros lugares: La Arboleja, la Casa del Canónigo, El Chorrico, Los Conejos…

Y los pasteles de carne

Incluso algún partido de fútbol se celebró en la mañana del domingo, para garantizarse una buena taquilla «por aquello de la mona de Pascua», contaba la ‘Hoja del Lunes’ sobre un encuentro del Imperial en 1975.

En La Unión lo llamaban el Domingo de Monas, que reunía a miles de personas en los parajes de la Fuente del Sapo y El Chorrillo, aunque «los clásicos acuden en esta fecha a la Dehesa de Campoamor, ahora más conocida por Montepiedra», informaba LA VERDAD en 1972.

Tres años después, Jaime Sábat, creador de la primera Escuela de Hostelería española, afirmaba en las mismas páginas que la cumbre de la confitería nacional era la mona de Pascua. Aunque a renglón seguido, con no mal criterio, advertía de que lo mejor de Murcia eran sus pasteles de carne.

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