Y te encuentro por la calle. No sé de dónde te traen ni a dónde te llevan. No me importa quién te alza, agotado y mecido, arrollado por la marcha que distrae el vuelo monótono de un pajarillo en San Nicolás. Cae la tarde. El reloj de la torre resuena en la plaza. Huele a reciente primavera, ese aroma incierto de huerta húmeda, serena; a jazmín enrevesado, a remoto estante de morera, a caramelo relleno con sonrisas nazarenas. Y te encuentro de improviso, otro año más, otra carrera. Tú has acudido a la cita, yo no esperaba tenerla. Mira que la vida pasa pero su herida nos queda.
Cuando decido dejarte, el alma se me impacienta. Veo niños que sonríen y abuelos que en silencio rezan. Más allá, en el Malecón, el horizonte bosteza y abre sus ojos de luna, de rosales y palmeras. Alguien dice “¡Es el Amparo!”. Gitanos sobre la carrera. No queda una silla libre ni en el cielo ni en la tierra. ¿Quién es éste que por Murcia mil nazarenos pasean? Redobles de tambores suenan mientras los carros bocina enmudecen la respuesta.
Cruje la carrera, cruje el hojaldre de los pasteles de carne, que alivian en plena vigilia el hambre pasajera. Y crujen las túnicas cuando los caramelos, aunque intentan liberarse, las acarician. Crepitan los brazos de luces adormecidas. Son lágrimas de cristal, como vidrio congelado tintinean. Por San Nicolás arriba van flagelando a Cristo. Primer paso de la tarde, que Hernández Navarro tallara con insuperable maestría.
El incienso espesa unas nubes desperdigadas que, como es tradicional, convocan a la tormenta sobre la Murcia nazarena. ¡Qué hasta el agua siendo escasa también quiere acudir a verla! Como cada año alza sus ojos al cielo este Jesús ante Pilatos, rostro rendido y solemne, rostro por amor ensangrentado. Ya las nubes se dispersan. El mulato, a sus pies, jofaina en mano lo increpa. Y llega el Gran Poder.
Cierto halo de misterio va inundando la carrera. La primera procesión murciana inaugura la Vía Dolorosa y presenta este tiempo de melancolía, de fervor para unos, de cultura y arte para todos. La Semana Santa murciana celebra la declaración de Interés Turístico Internacional, que tanto merecía. “¿Y eso qué es lo que es?”, pregunta un voz incierta. “Que vendrán guiris a espuertas para pedir caramelos e inflarse a migas ruleras”.
Estas cosas bien conoce el Gran Poder. Poder del cielo y la tierra, de callejas de adoquines, sobre el asfalto la cera, de esquinas y recovecos donde en penumbra le rezan. Quien este nombre le puso al Señor de los Toreros debían ponerle una calle por título tan certero, pues siendo aún nazareno, este Jesús del amor, va anunciando en su expresión que quiere abrazar la muerte por derecho y con pasión. Tronío en su cruz arbórea, cantoneras de oro puro, recibe la alternativa cuando enfila Platería sobre su albero glorioso. ¡Llevadlo a la Trapería, de cuyos balcones cuelgan suspiros de nazarenía!
Toreros del Gran Poder, por montera el capirote y por espada un rosario; por medias, las de repizco; por paseíllo, la gloria de llevar al mismo Cristo; por tendidos, los balcones; por sudor, rosas y lirios; por banderillas, suspiros; por corbatín, el anhelo de acariciar el capote: la túnica del Nazareno.
Treinta y cuatro nazarenos al Cielo acercan a San Juan, el que tallara Henarejos. Y detrás, la Señora. La Virgen de los Dolores, la de carita de pena y ojos bellos y saltones, que en ellos cabe la gloria del sabio pueblo huertano, y en ellos se imprimió la historia que salvó al ser humano. ¡Dejadla que anda sola! Si atravesara Belluga de cabeza en cabeza la procesión duraría una semana y media.
¿A quién miras madre, que alzas tus ojos Dolorosa de Salzillo, de limpia mirada, la boca entreabierta, cubierto tu pelo de seda turquesa? ¿Quién se atrevió a clavarte ese puñal que me aterra? “Va llorando”, dice un niño. Va llorando por la pena.
Tiene el Cristo del Amparo entre sus llagas abiertas la sangre de los murcianos, que a venerarlo se acercan. Cuando la noche atraviesa, mientras que el alma bosteza, un sinfín de nazarenos van llenado la plazuela. Ya han pasado varias horas, aunque se tornen segundos, desde que Ángel Galiano desde el altar advirtiera: “¡Procesión, a la calle!”. Y ahora suspira: “¡Cómo vuela la carrera!”.
Plaza de San Nicolás, de flores azules cubierta, donde la Madre y el Hijo, entre sollozos, se encuentran. Suena el Himno Nacional, suena el alma de la huerta, que a golpe de estante sonoro ordena las filas disueltas. Mayordomos, penitentes, manolas que taconean, diminutos monaguillos, Murcia entera se concentra. Al concluir el desfile, mientras las puertas se cierran, descubro por fin quién eres: Cristo que en Murcia se queda.