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Fe en la tarde de primavera

Apenas era un murmullo. Hay quien asegura que fue un leve rayo de luz que, como cada Sábado Santo, saca contraseña en la Fe para abrir el cortejo frailuno. Pero otros dicen que es mentira, que fue el suspiro maldito que, al intermedio de la tarde sobre los Capuchinos, anuncia el cercano fin de la Semana Santa. Y aciertan.

Porque estos días de Pasión tienen fecha de caducidad, en ocho días justos. Por eso hay que apresurarse y saborear el descendimiento de este Cristo de Dorrego que, antes de alzarlo en su cruz, se rebaja hasta la tarima a la puerta de la iglesia. Tintinea el agua en la fuente de la Redonda. Algunas gotas, venciendo la gravedad de una tarde de compras, vuelan decididas hacia el rostro del Señor, que alza al cielo sus ojos, acaso buscando la primavera.

Este Cristo de la Fe padeció una soledad infinita, surcando durante años las calles murcianas. Y tanta era su congoja que desde el cielo se envío un decreto para que lo acompañaran. Fue su madre, Santa María de los Ángeles, la encargada de transportar tan divina orden. Pero al contemplar la Semana Santa murciana, ante la mano extendida de un niño nazareno que le ofreció un caramelo, decidió quedarse con el Hijo amado. ¡Bastante has sufrido ya Madre buena! Por eso procesiona detrás de él. Pasando el tiempo, Dios padre entendió que quien llega a Murcia en ella se queda. Así que decidió mandarle unos angelicos que la acompañaran.

Avanza el cortejo frailuno sin otro pendón mayor que la cruz de San Francisco de Asís, arropados los símbolos de la Pasión en cojín de terciopelo. Y avanza cadencioso, tan recogido que sorprende a quienes transitan esta Murcia de comercios ávidos de vacaciones. Aún retumba en el cortejo el honor de protagonizar el cartel de Semana Santa.

Pero resulta imposible condensar en un óleo la elegancia de este desfile sobrio, un tanto tímido, repartido en dos tercios de alumbrantes o con la cruz a cuestas. Sobre el cortejo, como cada año, resplandecen los ojos azules del Cristo, que a medida que avanza sobre Alfonso X, va reclamando la atención de cuantos se cruzan a su paso. Procesión capuchina de sábado en la tarde, que rozará en su carrera la del Cristo de la Caridad, el de Santa Catalina, con quien comparte tarde y noche nazarena.

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