Veintitrés mil quinientos euros. A los que habría que sumarle el IVA. Pero también restarle la dejadez de ciertos gobernantes. Ese es el precio exacto que costaría proteger uno de los enclaves arqueológicos más importantes del país. Está en Algezares y, hasta hace una década, ya era famoso por albergar una basí- lica paleocristiana. Nadie sospechaba que podría ser la remota ciudad perdida de Ello. Ni tampoco que una escalinata única aguardaba la piqueta de los arqueólogos. Fue a finales del año 2004, en aquella frenética ola urbanística que terminaría arrasando cientos de empresas, cuando el desarrollo de un plan parcial obligó a realizar el obligado estudio arqueoló- gico. Los supuestos restos romanos se hallaban en una nueva zona verde, lo que facilitaría su conservación. En cambio, poco imaginaban los técnicos lo que iban a encontrar en el subsuelo al demoler las antiguas viviendas. El yacimiento, en cualquier caso, no era desconocido. Allí estaba la Basílica del Llano del Olivar o Basílica de Algezares, un conjunto de época tardorromana, visigoda e islámica que fue declarado Monumento Histórico-Artístico en 1979. De poco le sirvió. Los trabajos comenzaron en noviembre de aquel año y debían concluir en mayo del 2005. Cuatro meses más tarde era evidente la existencia de una destacada edificación datada entre los siglos V y VI después de Cristo. Y lo más curioso: era una suntuosa construcción, a juzgar por su espléndida escalinata que los expertos definieron «de carácter áulico o sacro». Esto es: pertenecía a un palacio o a un templo. La escalinata, «conservada prácticamente intacta en los tramos inferiores», según un informe municipal datado el 21 de febrero de 2005, daba acceso a un patio, frente al que se abrían varias salas, más allá de un antiguo pórtico. El conjunto estaba así dispuesto en dos terrazas. En el cuerpo inferior había un atrio porticado en tres de sus lados. Más arriba una gran sala de ceremonias propia de un palacio. Otros descubrimientos admiraron a los arqueólogos. Todavía se conservaban muros de argamasa de cal que alcanzaban, en su máxima altura, los tres metros. Los pavimentos de las habitaciones más nobles fueron realizados en un material conocido como ‘opus signinum’. Se trata de un compuesto realizado con tejas rotas en pedazos pequeños, mezclados con mortero y golpeados con un pisón. Tanto las técnicas empleadas en la construcción de muros y pavimentos como los restos de materiales cerámicos evidenciaron la relación entre este edificio y la conocida Basílica de Algezares, ubicada a 150 metros. Por tanto, ambos centros formaban un mismo conjunto. El hallazgo, como pronto se convencieron los expertos, obligaba a replantearse toda la regulación urbanística de la zona, habida cuenta de que era muy probable que existieran nuevos y destacados restos en lugares contiguos. La ciudad de Ello La importancia del yacimiento está tan fuera de duda como fuera está, desde hace décadas, de cualquier inversión municipal. El periodo que abarca comprende entre los siglos V y X, desde la antigüedad romana con influencias bizantinas hasta el mundo islámico omeya. Aquellas tímidas prospecciones devinieron en tan originales descubrimientos que se desempolvó la antigua teoría de Ello, la ciudad perdida. Esta urbe tardorromana aparece como una de las que firmaron en el año 713 el Pacto de Tudmir, la incorporación de estos territorios a Al-Andalus. Pero, ¿dónde estaba exactamente hasta que las luchas locales la destruyeran en el siglo IX? ¿Que emplazamiento ocupaba antes de que su destructor, el gobernador cordobés, ordenara levantar la actual Murcia? En aquel tiempo siete ciudades gobernaban el territorio: Orihuela, Elche, Alicante, Mula, Lorca, Begastri y la misteriosa Ello. Cuando Abderramán II controló la zona, a golpe de cimitarra, decidió fundar Murcia. Año 825. Y la antigua, destruida o abandonada poco a poco, pasó al olvido. Se conoce desde antiguo que la Basílica de Algezares fue convertida en mezquita tras la conquista árabe. Pero para demostrar si solo se trataba de un templo aislado o quizá formaba una auténtica ciudad era necesario encontrar otras grandes construcciones. En 2004 salieron a la luz. Los investigadores concluyeron que la disposición del nuevo edificio, llamado atrium, con la escalinata y una amplia sala con cabecera sobre elevada, evidenciaba un excepcional carácter de representación del poder, propio de palacios y salones de las grandes mansiones tardorromanas. Un proyecto olvidado Las exploraciones geomagnéticas también probaron que, junto al atrium y la basílica, permanecían enterradas diversas construcciones. Prueba de la monumentalidad de las mismas era el denominado Edificio III. Entre sus restos se hallaron paramentos de hasta 32 metros de largo por 60 centímetros de ancho: las medidas exactas empleadas en los muros de los otros dos imponentes edificios. Sin contar con una necrópolis cercana. Los servicios de arqueología municipales, así como una legión de expertos, llevan una década aconsejando una primera medida: la ampliación de la protección del entorno y su declaración como Bien de Interés Cultural (BIC). Y para ello será indispensable articular otro proyecto serio de excavaciones que definan hasta dónde debe protegerse. El proyecto incluso existe, pero es muy posible que llegue a cumplir, olvidado en algún cajón de La Glorieta, tantos años como ya tiene el yacimiento.]]>