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La amenazante campana del degüello

A los niños murcianos, acaso porque nunca terminaba de aparecer y llevárselos, siempre les trajo al fresco el temible tío del saco. Y lo mismo sucedía con el tío Saín y la mano negra. Pero no ocurría así con otra amenaza que, de tanto en vez, resonaba en la ciudad como advertencia para gamberros, faltos de apetito y holgazanes. Se trataba de la llamada campana del degüello, cuyo inocente soniquete metálico solían acompañarlo las madres con terribles amenazas.

La campana estaba ubicada  a finales del siglo XIX en “un balconcillo redondo” de la torre de la Catedral, un lugar próximo al reloj de sol que servía para ajustar el colosal reloj oficial. Debía de ser uno de los conjuratorios que se alzan bajo el cuerpo del campanario. Era, más que campana, apenas una campanilla de las que se estilan en los conventos. Pero, pese a sus dimensiones ridículas en comparación con la torre, gozaba de tanta fama que fue bautizada por los murcianos como la campana del degüello.

Esta denominación causaba, con solo nombrarla, el pánico entre los niños. Por ello no faltaba quien les recordara a los más revoltosos que la campana estaba sonando. Pero, ¿cuál es el origen de este nombre? La opinión más extendida es que evocaba las matanzas anunciadas por el toque de otra campana anterior, que el poeta Frutos Baeza ubicaba en el remoto Alcázar Viejo y en tiempos de la reconquista cristiana.

La proximidad de este alcázar con la Catedral y su antecesora, la Mezquita Mayor, selló en las mentes de generaciones de murcianos la intranquilidad cuando repiqueteaba. Lo cierto es que era costumbre que el alguacil anunciara el cumplimiento de las sentencias a golpe de campana, lo que justifica la mala fama del instrumento. “El fatídico repique rompió aterrador en multitud de ocasiones el silencio de aquellas noches mediocres”, escribió el poeta a comienzos del siglo XX. E incluso aportaba la descripción de uno de aquellos terribles episodios.

Sucedió durante la rebelión de la ciudad contra el poderoso Sancho Manuel, hijo del Infante don Juan Manuel. A Sancho Manuel lo arrojaron del Alcázar con toda su guarnición para apoderarse de la fortaleza. Y cuenta el mismo autor, sin aportar fuente alguna que lo demuestre, que en las contiendas de la época entre Manueles y Fajardos, en disputa por el Adelantamiento del Reino de Murcia, “sonaba a diario la campana del rebato”. Y así, cada dos por tres, se convocaba al pueblo para aplastar cualquier levantamiento sedicioso.

El erudito Juan Torres Fontes recuerda que en 1390 existían en la torre de la Catedral tres campanas. La primitiva, de reducidas proporciones, la célebre de los Moros, que hoy puede admirarse en el museo catedralicio, y otra del Concejo, sin duda instalada para la necesidad de anunciar a la ciudad la aplicación de la ley.

En el año 1397 se anunció a los murcianos a través de un pregón público que nadie se atreviera a esconder en sus moradas a los llamados fuera echados. Si alguno osaba hacerlo, el protocolo a seguir estaba claro. Habían de retener a la puerta de la casa al fuera echado y a su encubridor hasta que sonara la campana para reunir a todo el pueblo, que haría “de ellos y sus bienes lo que fuese merced de todo este Concejo, y que a los que lo hicieren el Concejo les prometer guardar de daño”. Huelga apuntar las salvajadas que se realizarían, más que por dar muerte a los reos, por apropiarse de sus posesiones.

Mucho se habría de usar aquella campana cuando fue necesario repararla y aumentar su sonido, ocupación que desarrolló un artesano murciano añadiendo siete arrobas de cobre a la pieza. Sin embargo, la construcción del Alcázar Nuevo hizo caer en desuso la campana y el Concejo declaró oficial la instalada en la plaza de Santa Catalina.

Al respecto, Frutos Baeza aclara que el instrumento aún estuvo varios años al servicio del alguacil hasta que los parroquianos de San Bartolomé se la compraron al Concejo para reubicarla en el campanario del templo, allá por el año 1409. “Entonces comenzó a usarse como campana oficial la instalada en la primitiva torre de la Catedral, y a mediados del siglo XV quedó como campana municipal la de la torre de Santa Catalina”, concluye el autor.

La nueva campana oficial del Concejo se trasladó a la plaza mayor de la ciudad. De ella refiere Díaz Cassou en 1892 que también convocaba “a las compañías ciudadanas para perseguir al moro, y a los viejos y enfermos para guardar entre tanto las puertas y los muros”. Pero no siempre anunció desgracias. Además, desde el 24 de abril de 1684, advertía al ciudadano del entonces aconsejable toque de queda.

Parece claro que la denominación de rebato -y la popular, de degüello-, con el paso de los años, fue adquirida por otra campana, en esta ocasión la existente en la torre de la Catedral. Pero ya no serviría para convocar improvisados verdugos entre los vecinos del común, sino para avisar al campanero y a sus ayudantes cuando tenían que lanzar al viento todas las campanas. Eso sí, no perdió el pavoroso nombre que la tradición le otorgaba y al que se sumaría el giro popular de hacer algo a degüello, esto es, con todas las fuerzas.

La campana, según publicó Frutos Baeza en el diario El Tiempo, desapareció en 1916, quedando huérfano el garabato de hierro que la sostenía. Y, poco a poco, fue desapareciendo la costumbre de invocar aquel instrumento, de tan terrible recuerdo pero tan práctico uso para meter en cintura a los niños revoltosos.

 

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