Las huellas de unas esparteñas apresuradas, de esparto un tanto ajado, revelaban que el crimen se produjo sobre el tierno vinagrillo de un bancal próximo al cadáver. Fue el único indicio que el alcalde del partido descubrió cuando el sol deshizo la húmeda boria que abrazaba la senda. Entonces se confirmó que de Doloricas, la valiente cigarrera del Arenal, apenas quedaban unos cuantos jirones de tripas junto a la acequia. Pencho Chatos, quien había pasado la noche en vela porque paría la marrana, aseguró haberse cruzado esa madrugada con un hombre corpulento, embozado en una capa, y que le respondió en una lengua extraña cuando lo saludó: «A la paz de Dios». «Gur nai», recordaría Pencho que respondió el individuo.
Este episodio, como resulta obvio, nunca sucedió. Pero en la Murcia de finales del siglo XIX, aterrada por los sucesos de Londres, no fueron pocos los ciudadanos temerosos de que sucediera. Porque, aunque parezca increíble, hubo quien advirtió de que el célebre Jack el Destripador andaba por la capital del Segura.
Entre el 3 de abril de 1888 y el 13 de febrero de 1891 se produjeron once asesinatos de mujeres en el sórdido barrio londinense de Whitechapel. Su autor, un asesino en serie cuya identidad nunca se conoció, firmó con aquel alias una supuesta carta donde se atribuía los crímenes. Este año se cumple el 125º aniversario de los hechos.
Un siglo y cuarto más tarde puede sorprendernos que alguien mantuviera que el asesino viajó a España. Sin embargo, lo que hoy apenas es una entretenida elucubración fue en la época una verdad incontestable para algunos ciudadanos.
La leyenda de la llegada de Jack a la península se fraguó en La Coruña, donde, «casi como artículo de fe, sigue circulando [&hellip] entre la gente del vulgo la especie de que se halla en aquella ciudad el célebre destripador de mujeres de Londres».
De esta forma, el diario ‘La Paz’ de Murcia se hacía eco en 1889 de un rumor que, aunque insólito, provocó un gran pánico «especialmente entre cigarreras, costureras y domésticas, que apenas se atreven a salir de casa, atrancan de noche puertas y ventanas y, si salen, van deprisa y azoradas». Aún no había pasado un año desde que el asesino, según la tradición, hubiera cometido su primer crimen en Londres.
El periódico también noticiaba la existencia de un supuesto anónimo que Jack había remitido al gobernador de La Coruña para advertirle de que, «en breve, iba a abrir en canal a una moza». Para qué quieres más.
Es muy probable que esta noticia alentara las mentes más fantasiosas en aquellas frías y oscuras tardes murcianas de diciembre de 1889. La foto del distrito londinense donde se habían producido los crímenes, con sus cafés y toldos característicos, incluso se parecían a los que adornaban el Arenal. De hecho, a lo largo y ancho de Europa se produjo el mismo efecto: Jack el Destripador, convertido en leyenda a destiempo, parecía esconderse en cualquier país. Eso, sin mencionar los émulos, más o menos bastos, que proliferaron por doquier. En Moscú, por irnos bien lejos, hallaron el cuerpo mutilado de una mujer junto a una carta donde se advertía de que el crimen era el primero de una serie.
‘La Paz’ de Murcia anunciará que las cocineras de Huelva, «como las de Almería, Coruña y Orense», están convencidas en que el destripador ronda sus ciudades, e incluso alguna de ellas sostenía que el feroz asesino «se come los riñones de las infelices a quienes destroza». Las domésticas murcianas se hacían cruces antes de salir a la calle.
Mientras algunos temían el ataque del fiero asesino, otros preferían bromear con aquellos miedos irracionales. Eso hizo un poeta improvisado que firmaba como Perico en el ‘Diario de Murcia’ y que reveló otro supuesto anónimo: «Perico: Tengo el honor de avisarte; no te asombres, voy a Murcia, de los hombres a ser el Destripador». A lo que Perico, acaso muerto de risa, respondía» «Este parte he recibido y me ha puesto en gran cuidado; ¿si seré yo el destripado? ¿si me habrá el fiera elegido?». Unos días después, Perico retomará la cuestión con otro divertido recado del criminal: «Soy tu amigo; tienes seguro el ombligo. El Destripador».
A medida que la prensa seriaba las terribles andanzas del asesino, la inquietud cundía en la ciudad. La fuga de la cárcel de Almería de un peligroso delincuente apodado Barranco no hizo sino incrementar el desasosiego entre los murcianos pues, como anunciaba el Diario, «aunque lejos, el miedo alcanza aquí y hay muchas mujeres que sueñan con el destripador». Razón de más para retirar de la fachada de la redacción murciana del periódico una lámina que representaba al malhechor. Ocurrió el 20 de febrero de 1889.
Solo tres días más tarde, ‘La Paz’ constataba que «ha desaparecido el infundado temor de que haya llegado a esta ciudad algún destripador»; temor que se había convertido en noticia de alcance nacional, como el propio rotativo lamenta. Sin embargo, el redactor admitía que el miedo «lo ha habido, efectivamente, entre alguna, muy poca gente sencilla». Pero nada comparado a lo que «suponen algunos periódicos de fuera de esta ciudad». Reverdecía entretanto el temor del Tía Saín o el de la Mano Negra.
A Jack lo llaman Juan
En julio de 1889, los diarios de la capital anunciaban que «se ha presentado a la policía de Londres un sujeto que ha confesado ser Juan el Destripador». Aunque, a renglón seguido, destacaban un detalle concluyente: «Cuando se presentó ante la autoridad parecía beodo». Por ello, a pesar de las descripciones que aportó sobre los crímenes, la Policía descartó que fuera el autor. «Sospechan que se trata de un loco», concluía el periodista.
El interés social sobre el caso animó a la prensa a dar cumplida cuenta de cuantas novedades se producían. Así que los murcianos, casi al instante, leían los avances en la investigación mientras crecía el número de sospechosos. Incluso se editó un librito que, bajo el título ‘El destripador de mujeres o los asesinos de Londres’, defendía la autoría múltiple. Hubo quien sostuvo entonces que la auténtica identidad de Jack correspondía a la de un comerciante alemán, Carl Feigenbaum, que más tarde se embarcó hacia Estados Unidos, donde fue ejecutado por asesinar a su casera. De lo que nadie duda es de que aquel barco no hizo escala en Cartagena.