Algún día vendrán a por nosotros. Quizá antes la soledad contagiosa nos avise, o hasta nos haga desearlo, pero casi ninguno estará preparado para ello. Canta Joan Manuel Serrat, «a los viejos se les aparta después de habernos servido bien».
En Sangonera, una suerte de Macondo ardiente y gris, sin hielo ni huevos prehistóricos, transitado por fantasmas, corrupción y malos presagios, a los viejos se les da una papeleta para irse a morir junto a los cipreses de San José, que creo yo que se tuercen por las ganas de alimentarse de los muertos.
Esta novela está escrita para arañarte el alma, desde el principio hasta el fin. No es un relato de misterio, aunque lo tiene todo; tampoco hay una trama de intriga, pero brinda tras cada página una sorpresa en forma de cuadro o de frase para enmarcar. Se lee a sorbos violentos, a fogonazos de luz y sombra tan imprevisibles y afilados como las mil aristas del riquísimo mosaico humano que la compone.
Hay un fascinante manejo del lenguaje, una precisión casi matemática en la asignación a cada idea, cada emoción, cada concepto, a cada aparición, de una palabra que lo designa y lo explica.
Se avanza en el relato con la impresión de transitar por un universo literario en el que el realismo mágico convive con la sequedad mesetaria de los clásicos castellanos y ambos se alimentan de tradiciones románticas de horrores, fantasmas y aparecidas.
Botías crea en esta novela brillante e insólita, un universo tan personal como reconocible, tan insólito y novedoso, como cercano. Porque habla de nosotros, de la condición humana, como los grandes clásicos. Somete tu atención y extrae las emociones en un viaje que es, sobre todo, interior. A un territorio implacable de cuyo conocimiento extraes una enseñanza esencial: nos creemos lo que no somos, despreciamos y apartamos a los viejos como material sobrante o a lo sumo rentable. Olvidamos que también algún día vendrán a por nosotros.
Juan Ramón Lucas
Periodista