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Cigarrillos con pedigrí huertano

tomates

Contaba el cardenal Belluga, sin que nadie se atreviera a replicarle, que Murcia tenía buen suelo, buen cielo y mal entresuelo. Y se quedaba tan fresco. Pero acaso tuviera razón al aplicar la máxima a la cuestión del cultivo del tabaco. Porque buena era la tierra murciana para cultivarlo y adecuado el clima, pero nunca llegó la industria a cautivar a los murcianos.

Existen algunas referencias antiguas sobre este cultivo, como aquel apunte del doctoral de la Catedral, Juan Antonio De la Riva, quien anotó distintos acuerdos del cabildo sobre el tabaco adoptados en 1659, cuando «ya se sembraba mucho en la huerta» y era aconsejable cobrar diezmo y se arrendase. Sin embargo, el debate comenzó a suscitarse con mayor intensidad ya mediado el siglo XIX. En 1827 se emitió una Real Orden que autorizaba los ensayos para el cultivo en la península. Apenas un año más tarde, José Clemente, en su obra Memoria sobre el origen del tabaco, advertía de que los enclaves españoles idóneos para el crecimiento de las plantas eran «la serranía de Ronda, en las Hoyas de Málaga y las de Murcia». Clemente consideraba el libre cultivo, entonces vedado, como único freno al incremento del contrabando.

El Boletín Oficial de la Provincia de Levante, con fecha 13 de julio de 1833, publicó la carta de un ciudadano que recordaba cómo, a pesar de haber sido elegida Murcia para ensayar el cultivo del tabaco, «acaso es ignorada [la oferta] de los pueblos de fuera de la Capital». Prueba de ello es que casi ningún agricultor solicitó las semillas que, de forma gratuita, ofrecía el Gobierno. «Estoy persuadido -concluía el lector- que en toda la meridional de la provincia, había de rendir hoja tan rica como la de la Habana!.

El editor del boletín contestaba en el mismo número al indignado lector y añadía que no bastaba con autorizar la plantación «de un artículo que ha estado severamente prohibido». Era necesario que los murcianos se sacudieran «esa holgazanería, que con harta razón nos hechan (sic.) en cara nuestros vecinos valencianos».

Aumenta el contrabando

Con fecha 26 de febrero de 1834, la Dirección General de Rentas, a través de la Intendencia provincial, convocaba a los agricultores que hubieran sembrado tabaco en la temporada anterior a que presentaran sus productos para que fueran valorados. Además, también les advertía de que no volvieran a plantar ningún campo con aquel producto «hasta tanto la Superioridad resuelva si debe continuarse en la aclimatación del tabaco».

La cuestión de los impuestos sobre el tabaco llevaba de cabeza por aquellos años a los recaudadores de impuestos. Y no ocultaban su enfado monumental por el aumento del contrabando y el lógico descenso de la recaudación. Así lo puso de manifiesto el Intendente de Rentas, entre otras ocasiones, en diferentes cartas fechadas entre junio 1831 y mayo de 1834 y dirigidas «a los Señores Justicias y Ayuntamientos de esta Provincia».

Desde su creación en 1636, la llamada renta del tabaco siempre reportó pingues beneficios a las arcas públicas. La propuesta de gravar este producto fue elevada a las cortes por las ciudades de Sevilla, Murcia, Madrid y Toledo.

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