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Carmen se pone la Semana Santa por montera

Foto: Nacho García
Foto: Nacho García

Mire usted por dónde. Después de años de disputas, de riñas en las tabernas, de dimes y de diretes en sacristías discretas, de discusión en cabildos, cabildillos y otras tretas, de estudiar genealogías y de cartas de protesta, de recurrir al obispo o al cardenal, Su Eminencia, después de tanto jaleo entre incienso y luz de velas, de advertir que es imposible mientras sobrinos me heredan, con solo un golpe de estante, Carmen Pérez Molera arrumbó la tradición, que ya era rancia y molesta, y se colocó con arte, con donaire y con solvencia la entera Semana Santa por espléndida montera.

¿Por qué no habría de serlo? Si desde que la matrona ofrece en el Almudí, pecho en mano, leche materna, los pasos han portado tallas de mujeres muy señeras. ¿Qué me dicen del Perdón, con su María Magdalena, que al Señor del Malecón va consolando en su pena? ¿Y aquella Samaritana de gracia tan cantonera que nos sorprende en la Sangre cuando el Miércoles se acerca? ¿O la moza que en Jesús porta sus paños de seda que hasta al pintor Pedro Cano cautivó con su belleza? ¿O la que saca el Amparo, en su Encuentro, la primera? ¿O quizá la que esta tarde desde San Pedro embelesa, Magdalena arrepentida que los pies de Cristo besa? Magdalenas a portillo colman la semana entera: en la Caridad, en el Sepulcro y en Santa Eulalia veneran a la que más quiso Cristo, discípula predilecta. Magdalenas a montones que, al morder con agudeza, nos evocan, como a Proust, otras infancias añejas.

 ¿Y qué me dice usted, recio estante, de su madre nazarena? ¿No la pondría en un trono por su cariño y paciencia al prepararte la túnica, el rosario o esas medias, ajadas y centenarias, bordadas con flor de huerta, las que el abuelo vestía y no se perdieron por ella? Cuidado a los pregoneros que componéis tantas letras, con poca gracia o ninguna, ensalzando a las abuelas o a la esposa nazarena. Porque si un día destacaron como buenas camareras, luego fueron regidoras con mano firme y atenta, y de manolas se hicieron legendarias presidentas: María Dolores Jover, que también fue pregonera, y María José Martínez, las dos Servitas de esencia. O María Rosario Alcázar, que por el Yacente vela. Tres Marías como otras tres que el Resucitado anhela.

Sin contar esa legión de nazarenas premiadas que dan caramelos con onda a otros tantos sacapanzas. Miren al Gran Poder, cuando lo acercan a casa, convento las Capuchinas, el domingo en la mañana. Que si al Señor lo pasean sus hombres por nuestras plazas, las mujeres lo devuelven con cariño a las hermanas.

Mujer cabo de andas, como diría Sánchez-Parra, era lo que nos faltaba. Porque así lo hizo el Refugio con la cofradres sin que nadie se espantara. Las Hijas de Jerusalén, cofrades colorás de raza, ya lo venían advirtiendo: «¡Estamos hasta el tocado de llorar y no mandar nada!». Y hasta el Cristo de Dorrego, cuando por Santo Domingo anda, además de mirar al cielo, clava en Carmen su mirada. Señor de ojos azules, de piel de madera clara, Rey de cíngulos frailunos que su Pasión acompañan, ayer estrenaste Madre que, en forma de nueva talla, los nazarenos murcianos de Yuste Navarro la llaman. «¿Y dónde está la anterior?», pregunta el Revirao. ¡Maldito y perro sayón! ¿No sabes que su legítimo dueño, por ser suya, la retiró?

La cuestión de las estantes es otra historia más larga, aunque en muchas pedanías no se quedan a la zaga. Será cuestión de tiempo o, mejor, cuestión de enaguas. De momento y en la Fe, tan humilde y tan callada, esa procesión pequeña pero grande y venerada, bajo el mando de Rogel, ayer escribió otra página, nazarena y por derecho, moderna, atrevida y clara.

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